¡La leyenda azteca de amor y muerte de la flor de cempasúchil!
La flor de cempasúchil, también conocida como la flor de los 20 pétalos se empieza a cultivar en julio y se cosecha en octubre en los estados de Michoacán, Puebla y el Estado de México, aunque también crece de manera silvestre en Chiapas, Morelos, San Luis Potosí, Sinaloa, Tlaxcala, Oaxaca, Jalisco y Veracruz.
Alrededor de ella existe una leyenda azteca, de la que son protagonistas Xóchitl y Huitzilin, unidos desde que eran pequeños, compartiendo juegos y los paseos por el pueblo.
Dice la leyenda que todas las tardes subían a la montaña dedicada a Tonatiuh, el dios azteca del sol. En cada visita colocaban de ofrenda ramos de flores. En ese sitio fue donde juraron amarse por siempre bajo cualquier circunstancia, incluso la muerte.
Un día, la guerra llegó y Huitzilin, como buen guerrero, tuvo que separarse de su amada para defender las tierras aztecas. Después de un tiempo, Xóchitl recibió la noticia de que su compañero había muerto.
Hundida en un profundo dolor, la bella mujer pidió al dios Tonatiuh que la librara de su sufrimiento y la reuniera con su amado.
El dios del sol, agradecido por las ofrendas que los jóvenes llevaban a su montaña, decidió cumplir la petición: dejó que sus rayos cayeran sobre Xóchitl, en el momento en que su piel se iluminó, la chica se transformó en una flor de color amarillo intenso, como la luz del mismo sol.
Unos minutos después, un colibrí se posó en el centro de la flor. La historia nos dice que era la reencarnación de Huitzilin, por lo que, al hacer contacto con la planta, ésta abrió sus 20 pétalos liberando un aroma intenso.
Siguiendo la orden de Tonatiuh, el amor de los dos jóvenes aztecas permanecerá mientras haya colibríes y flores de cempasúchil (cempoal-xochitl, veinte-flor) en los campos mexicanos.
Se cree que el uso de flor de cempasúchil en los altares de Día de Muertos es una herencia de los rituales prehispánicos que se realizaban en el pueblo de Malinalco, Estado de México.
En esta región, cuando una persona moría, los familiares adornaban sus tumbas con ramos de tonalxóchitl, flores amarillas de diminuto tamaño que, según las creencias, guardaba en su centro el calor brindado por los rayos del sol.
Los aztecas al ver este ritual, comenzaron a decorar sus ofrendas con flores de cempasúchil (más grande y llamativa), pues era considerada como un símbolo de vida y muerte.